jueves, 6 de marzo de 2008

LA MARCHA: UN VOLCÁN EN ERUPCIÓN

Por Orlando Fals Borda,

Presidente Honorario del Polo Democrático Alternativo.



Que seguirá activo contra la Violencia acumulada y contra el régimen guerrerista imperante. Según los medios el espectáculo de la Marcha del 4 de febrero de 2008 fue “algo jamás visto”. Los adeptos a la televisión no pudieron evadirlo, aunque muy pocos supieran sobre el grupo organizador ni las fuerzas oscuras que saltaron detrás de ellas. La rápida repercusión de la idea tomó por sorpresa a más de un encuestador. Y en el Palacio de Nariño los consejeros mediáticos casi se hallaron fuera de base.

Cuando “creció el enano” “la espontaneidad y creatividad popular, tomaron las riendas, y no se les dejaron quitar hasta el final, con lo que las muchedumbres conocieron su potencial real. A pesar de sus esfuerzos de manejo caudillesco, el reparto de almuerzos, pancartas, pitos, camisetas, las presiones de embajadas y consulados de que los financiadores ocultos disponían.

Por una vez inolvidable, la manipulación mediática oficial recibió la tunda que ha venido mereciendo. El pueblo fue más genuinamente patriótico, descubrió que estaba vivo y que podía pensar. Resultó más maduro que lo esperado. Presencia, que hizo imposible la controlada maniobra que ha buscado mostrar el unanimismo de otras campañas. Aquellos buscaron la Marcha tratando de enfocar la atención hacia las FARC: “no más FARC”, coreaban los jóvenes. Pero poco a poco fue surgiendo de las calles repletas el eco colectivo subconsciente de la verdad y los gritos retumbaban de vuelta como “no más guerra”, “queremos acuerdo humanitario”, No podía olvidarse a los factores de violencia: los paramilitares, los narcos, los funcionarios sub-judice como el ex-director del DAS, que se camuflan para hacer olvidar, siendo que sus crímenes pueden ser peores que los de guerrilleros.

Así se despolitizó la Marcha y se despolarizo el país, en contra de los diseños guerreristas y fascistas de los organizadores e impulsores palaciegos. No hubo evidente apoyo al gobierno, ni a la reelección, ni a ningún plebiscito o referendo pro-gobierno. Los grupos y movimientos tomaron esta bandera, con el Polo, así no hubieran sido destacados. Pero en la Marcha nada en particular lo fue, excepto la apertura civilizada y el gesto amistoso que hacía tiempos no hallaban mejores formas de expresarse. Es lo que en sus recientes comentarios en El Tiempo, los periodistas Hommes y Mockus llamaron “el nuevo consenso”. Que puso en su sitio al belicismo del régimen imperante.

Los gobiernistas usaron bien sus ventajas. No obstante, no las tuvieron todas consigo y fallaron en la multiplicación de su reaccionario mensaje. La mayoría del país activo, impasible observador, no marchó. La Marcha resultó ser una inesperada protesta y en buena parte espontánea erupción del magma subterráneo de nuestra Violencia acumulada de 60 años, que encontró las grietas y los cráteres antes obstruidos y adormecidos. Ahora revivieron. Fue una experiencia profunda del sentimiento general y popular, latente por decenios al menos desde el fuerte estallido de tres días en septiembre de 1977 contra el gobierno de López Michelsen.

La decisión de enfocar y castigar sólo a las FARC resultó parcial. Su efecto sectario fue por fortuna, superado por las grandes masas y en formas alternas, como las misas programadas. Fue tan eficaz y elocuente la misa en la iglesia del Voto Nacional, que la Marcha misma. Así desapareció el espectro de la violencia callejera y no se defendió la política guerrerista del gobierno, visiblemente.

Los arrinconados consejeros de Palacio contraatacaron sugiriendo a los medios destacar en textos y fotografías, el ataque a las FARC, como se observó en las ediciones a partir del martes 5. Para entonces el país y el mundo habían observado más bien una gigantesca manifestación por la paz y los acuerdos humanitarios, y contra el secuestro. Fue lo suficiente. El guerrerismo oficial había perdido sus platillos y tuvo que contentarse con una victoria pírrica.

Ahora sigue el anticlímax. Lo que hemos visto parece demostrar que la Violencia y el guerrerismo se habían aclimatado entre nosotros, como resultado de la socialización del conflicto, pero se puede también interpretar como síntomas de una saturación patológica. Cada hecho o acto de esta retahíla lleva consigo cargas recónditas de contradicción y rechazo de las conductas implicadas. Por eso se palpa el cansancio de las rutinas anteriores, el rechazo consciente a la “normalización de la guerra”. En cambio, se perciben los síntomas positivos del inevitable anticlímax. Lo que sería nuestro próximo paso táctico.

Para el 6 de marzo próximo la fundación de Victimas liderada por Iván Cepeda ha convocado a otro gran evento, así en recuerdo a las víctimas y en busca de apoyos para esta loable tarea. ¡Qué contraste en los medios, en comparación con el paroxismo de la Gran Marcha! Una prueba más de quienes fueron los reales organizadores de ésta. Acudamos en masa otra vez el 6 de marzo y hagamos otro necesario acto de justicia histórica.



BOGOTA, febrero 11 de 2008

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