miércoles, 18 de julio de 2007

La Celebración de la muerte de los Diputados del Valle

La tragedia de los diputados del Valle nos conmueve a todos y es apenas lógico que se exija a las partes enfrentadas las condiciones necesarias para el inicio de un Acuerdo Humanitario, que permita el regreso simultáneo de los cautivos en poder de la Insurgencia y los Presos Políticos recluidos en las prisiones colombianas.
La del 5 de julio fue entonces la jornada propicia para hacerlo.
Dispuesto a hacer con mi presencia, un acto simbólico de lamento por la tragedia, consideré justo también honrar la memoria de las víctimas del Paramilitarismo y la violencia estatal que en su historia ha dejado a muchos más que 11, desposeídos de su libertad, dignidad, vida y bienes.
Por encontrarme en Madrid (España) me dirigí a la Casa de América, donde los colombianos residentes en Madrid llevarían a cabo el acto.
Encontré a no más de 100 personas, las que no encajaban con la imagen que me había hecho del evento. Ingenuamente esperaba encontrar más que a gente del común, a un grupo acongojado y adolorido, conmovido por la tragedia.
Paso tras paso vi que estaba equivocado. Aquella "protesta" carecía de todo sentido pues se asemejaba más a un burdo coctel político en el norte de Bogotá.
Lo sutil de la reunión era dispuesto por las indumentarias europeas de última moda, con sus consecuentes modales que decían a gritos la clase social de los "manifestantes". Tal parece que no había mejor ocasión de roce social que la muerte de once diputados.
Sin creerlo aún, le pregunté a una joven a mi lado qué era eso. Me dijo "estamos pidiendo que no maten más en Colombia" y entonces entendí que me encontraba, más que en un acto conmemorativo, en otro circo más montado por los diplomáticos colombianos.
Para el Estado, la muerte de los once diputados no es una tragedia. Es un triunfo que le abre el paso al rescate militar y paramilitar de los retenidos por la guerrilla. Y los triunfos hay que celebrarlos, aún sobre las dobladas espaldas de las familias de luto.
Todo, estratégica y estéticamente dispuesto: los medios de comunicación atentos y la Embajadora Sanín inicia su acto. Entrega una bandera tricolor a un niño, le dice un par de palabras y luego, cuando los obturadores y flashes han disparado lo suficiente, da la espalda para seguir en su revuelo de abrazos, sonrisas y besos a la farándula colombiana allí presente.
Congelado por mi estupor, veía como tiraban del saco del ex presidente Pastrana solicitándole el favor de una foto para la posteridad, a la vez que las velas encendidas en honor a los difuntos rodaban por el piso, empujadas por las corridas de los que en bandeja de oro tenían la única oportunidad de perpetuar una imagen junto a un actor o actriz, que esbozaba la enorme sonrisa que exigen sus contratos.
Una protesta de lentes oscuros, gel para el cabello, habanos y tacones. Sólo falta el whisky y otra tragedia para volver a protestar.
El discurso de la embajadora fue como siempre fiel copia de las palabras oficiales: "Hay que rodear al Presidente Uribe". Por supuesto no se refería a una emboscada.
Y emboscado yo, decidí huir de allí convencido de la manipulación estúpida del Estado Colombiano hacia su ignorante pueblo.
Me dolieron en silencio los miles de campesinos, indígenas, afrodescendientes, estudiantes, sindicalistas y demás de la interminable lista, que quise reivindicar con mi voz. Pude haber increpado a la multitud, pero rebajarse al patetismo no es virtud de una persona crítica. Sólo se debate con alguien de su altura. Lo demás es gritarle al vacío.
Desconocí al Estado Colombiano como nunca y apretando los puños me pregunté ¿Por qué aún no le hemos arrebatado el poder a estos imbéciles?


SV

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